En el juego de seguir tejiendo inviernos... Marian Betervide y Martín Casado en El Bombin Teatro. Retazos de una noche infinita.
El grito de ella rompe la noche y la inventa. Tiene algo de misterio, parece venir de otro tiempo, de lo hondo de estos suelos. Anuncia, desgarra, descarga, advierte, que otras voces de esa voz vendrán a vencer a la muerte. Que habrá vida y algo de suerte mientras haya canción. Es que la canción de Martes de Agua es un buen lugar para estar, soltar, flotar, crecer, sentir, mi amor, vivir.
Relatos que nacen, terminan, nunca envejecen y vuelven a abrir antes del fin, como si tuvieran algo más que decir y nunca contarlo todo. Una potencia narrativa capaz de crear nuevos sonidos y sentidos, intensos, íntimos, inciertos, también terrenales, siempre tamizados por la dulzura en la voz, exquisitamente configurados por la complejidad instrumental.
Él hace un paréntesis, porque esa noche no es una cualquiera. Y cuenta que el siguiente tema habla de las rutinas a las que acostumbrarse vale la pena. Pero que ese día remite a una pena social muy grande y es la de acostumbrarnos a que de Julio López nada se sepa.
Javi Caminoss, Leticia Carelli, Mato Ruiz, Rigo Quesada y José Flamenco hacen de esa noche en El Bombín la culminación de una utopía musical posible, extraída del interior de un sueño perfecto. No es casual el efecto, todas sus músicas parecieran encontrarse en la de Martes de Agua. Marca de época de una generación de artistas que se retroalimenta y retropotencia.
La canción de cuna más rockera que se haya inventado suena como un verso cargado de futuro, que aleja a los monstruos y abriga los sueños e invita a volar.
Transporta, absorve, interpela, trae calma, la rockea, su disco son muchos discos, su poética bucea en zonas íntimas y también narra historias simples. El Tinchofón hace de las suyas. Se genera un microclima que todo lo envuelve, que todo lo roza, y el silencio, como un cristal fino forma parte de la escena.
El grito de ella rompe la noche y la inventa. Tiene algo de misterio, parece venir de otro tiempo, de lo hondo de estos suelos. Anuncia, desgarra, descarga, advierte, que otras voces de esa voz vendrán a vencer a la muerte. Que habrá vida y algo de suerte mientras haya canción. Es que la canción de Martes de Agua es un buen lugar para estar, soltar, flotar, crecer, sentir, mi amor, vivir.
Relatos que nacen, terminan, nunca envejecen y vuelven a abrir antes del fin, como si tuvieran algo más que decir y nunca contarlo todo. Una potencia narrativa capaz de crear nuevos sonidos y sentidos, intensos, íntimos, inciertos, también terrenales, siempre tamizados por la dulzura en la voz, exquisitamente configurados por la complejidad instrumental.
Él hace un paréntesis, porque esa noche no es una cualquiera. Y cuenta que el siguiente tema habla de las rutinas a las que acostumbrarse vale la pena. Pero que ese día remite a una pena social muy grande y es la de acostumbrarnos a que de Julio López nada se sepa.
Javi Caminoss, Leticia Carelli, Mato Ruiz, Rigo Quesada y José Flamenco hacen de esa noche en El Bombín la culminación de una utopía musical posible, extraída del interior de un sueño perfecto. No es casual el efecto, todas sus músicas parecieran encontrarse en la de Martes de Agua. Marca de época de una generación de artistas que se retroalimenta y retropotencia.
La canción de cuna más rockera que se haya inventado suena como un verso cargado de futuro, que aleja a los monstruos y abriga los sueños e invita a volar.
Transporta, absorve, interpela, trae calma, la rockea, su disco son muchos discos, su poética bucea en zonas íntimas y también narra historias simples. El Tinchofón hace de las suyas. Se genera un microclima que todo lo envuelve, que todo lo roza, y el silencio, como un cristal fino forma parte de la escena.
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