En la era de las
series, Spotify, y las cervecerías artesanales. Afrontando el boom de
los cocineros en T.V., zombies, Tinder, Facebook y las fotos de comida en
Facebook, vuelve Nadar la Noche a los parlantes del universo radiofónico.
Encarnado por un grupo
de aceptables treintañeros –años más, años menos-, ensañados con recuperar las
ondas sonoras que la madrugada alberga bajo baldosas flojas, adoquines y
diagonales al fin del mundo.
Un programa que no
promete, porque el que avisa no traiciona, pero asegura hacer ameno su
insomnio, con un refinado repertorio de canciones, alguna que otra entrevista
impertinente, más un sinfín de otras cosas, que abrevan en un decoroso
etcétera.
Por todo esto y mucho
menos, Nadar la Noche proclama:
Católicos, Dios no
existe.
Ateos, en algo hay que
creer.
Veganos, ya todo está
perdido.
Soñadores, mejor soñar
que sólo estar despiertos.
Mientras las
juventudes desamparadas se preguntan si la muerte será tan distinto, Nadar la
Noche Vuelve. Vuelve y no lucha, pero al igual que el Cannabis, se planta y
pega.
Menos solos, e igual
de mal acompañados.
Tras un año de
ausencia, que la crítica bien podría catapultar como el mejor del ciclo,
comienza desde este momento, lo que será, sin dudas, la tercera y no última
reinvención de Nadar la Noche, en el impreciso e ineludible camino hacia el
olvido, por Universidad 107.5.
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